Pastora Galván, en su proceso de investigación sobre cómo vive y siente el flamenco, quiere rendir homenaje a la generación de bailaoras que le precede y que ha sido clave en la historia del flamenco. Hablamos de Eugenia de los Reyes, Carmen Ledesma, Rocío de Loreto, Manuela Carrasco, Ana Mari Bueno, Loli Sevilla, entre otras. No se trata de una generación trágica. La segunda posguerra es la de la modernización. Los tablaos, las fiestas, los teatros nacionales, el turismo, los ballets, las bases americanas y las giras internacionales son sus lugares de trabajo. Además, está atravesadas por mitos: la Escuela Sevillana, las diferencias entre Sevilla y Triana, la marca gitana. El interés de la investigación no está sólo en lo biográfico, sino en entender una manera de bailar que tiene nombres y no es de nadie.

El flamenco es un lugar de paradojas que pone constantemente a prueba el espacio que ocupa por más que, una y otra vez, vuelva a situársele en la tradición, cuando no entre lo ancestral, lo mitológico, lo atávico. Hay siempre una incomodidad del flamenco con el sitio que se le asigna y cuando este le conforma, una necesidad imperiosa por marcar diferencias.

La idea es operar en el campo de un triangulo: por un lado Pastora Galván, los artistas flamencos que le acompañen, la sombra de la familia Galván; por el otro María Muñoz, Pep Ramis y el equipo artístico de Mal Pelo; finalmente, Pedro G. Romero, la documentación de Carmen Pulpón, su tesina Ser bailaora: arte, género y trabajo, y las propias experiencias de una generación de bailaoras.

Durante tres laboratorios que tendrán lugar en L'animal a l'esquena a lo largo de varios meses, Pastora, el equipo de músicos, el Niño de Elche, Mal Pelo y Pedro G. Romero se encontrarán para definir las herramientas para trabajar de manera conjunta y establecer un diálogo que permita la creación compartida.

La diferencia se estrenará el 3 de octubre en el teatro de la Maestranza de Sevilla en el marco de la Bienal de Flamenco de Sevilla